miércoles, 17 de diciembre de 2014

We are David

Tuve la suerte de que este tipo fuera mi viejo. Éste, que se sentaba todos los días a leer el diario en el comedor. Y a tomar cafecito en el jardín. Un tipo interesado, sensible. Un amor de padre, realmente. No tan social a pesar de que lo parecía, pero absolutamente querible. Un señor fachero -digámoslo-, y con unos bigotes muy él. Y, como me dijo una vez, con tres pasiones: la política, el fútbol y la historia. "A veces sueño con políticos", me confesó, y yo no podía creer que algo tan aburrido le pudiera pasar a un ser humano. Hasta que, muchos años más tarde, yo misma lloré cuando murió un presidente argentino, y yo misma soñé con algún político argentino. Eso lo definía de pies a cabeza: su ser político y cuasi profesor de hechos pasados, imprescindible en mi secundaria y, después, en mi anhelo de saber y entender. Un contador carismático de anécdotas “objetivas” con estilo contundente. Daba cátedra de historia contemporánea, judaísmo, política nacional y conflictos europeos a una audiencia constante de preguntones, opinadores y debatidores. Todo acompañado de la mejor biblioteca que he visto, con libros que le ganaron a la censura, distribuidos más... o menos prolijamente, y que mis hermanos y yo limpiábamos y reacomodábamos cada tanto, muchos de los cuales acompañaron mi tímida adolescencia pegada a la estufa. Y su galpón, con un archivo de cositas perfectamente ubicadas en cajones acompañados de cartelitos explicativos, tan perfectamente ordenadas que no sé cómo zafó del diagnóstico de obsesivo compulsivo. Frank Sinatra me acompaña y viene a mi memoria su envidiable archivo musical, con cd's, vinilos, discos de pasta, ¡hasta magazines! y la cinta abierta, que nos daba la insólita capacidad de escuchar (y bailar) un mixture surtidito durante ¡dos horas seguidas!, algo impensable para la década del 70. Y ese amor incondicional, primero, por su mujer, y enseguida, por sus hijos y nietos. Con eso -podría jugar plata- le alcanzaba (hasta podría afirmar que había superado sus sueños). Y esa necesidad tan aplaudida del buen humor y los chistes, esa capacidad innata de ponerle joda a la vida. Sumado a la lista de frases que reiteraba una y otra vez, no tanto por habérselas olvidado, sino capaz por el placer de regodearse con ellas, haciéndose el desentendido frente a las miradas cómplices de mis hermanos y yo, que sabíamos perfectamente cada palabrita que diría a continuación. Se lo agradezco tanto, a él –y a mi vieja- esta educación que nos dio. Esa ideología clara. Ese gusto por vivir la vida. Y locamente, sintonizo con su pasión por River, opuesta casi a la de un Tano Pasman, pero suficientemente intensa como para haber logrado pasársela a mis hermanos... aunque no tanto a mí, siempre tan Independiente. “Lo cortés no quita lo valiente”, decía siempre, con la clásica sonrisa David en la cara, como haciéndose el gracioso por decir eternamente el mismo refrán, pero que -al final- fue su esencia, por haber podido defender sus convicciones con elegancia, como contrapartida a su padre (arriesgo yo), quien, según sus palabras, era bastante gritón. Mi viejo, un sagitariano de pura cepa, siempre agradeciendo por “la suerte que tuve”, algo que, de hecho, me volvió a decir muy poco antes de morir… Y su luna en el signo de cáncer, que, para los no entendidos significa siempre preferir reuniones puertas adentro, todos los días ponerse el pijama y las pantuflas cerca de las 7 de la tarde para ver su programa de tele preferido, tener la capacidad de comer a diario lo mismo (aunque no lo hacía) y zamparse pequeño café con periódico absolutamente todas las mañanas, incluso renegando debido al típico viento gesellino. Un señor de rituales marcados y también, con mucha alegría de ver a su nido feliz y reunido en familia, todos los domingos, acaso con una cervecita negra, acaso con los ravioles de Manolo, o mejor, con el famosísimo Asado en Olazábal. Eso y mucho más que no voy a develar acá fue y ES mi papá. Qué suerte que lo tuve.